Aquí y ahora

misterioso y equivoco mundo en el que andamos

miércoles, 29 de abril de 2009

"Primera clase"

Salíamos siempre muy apurados, apenas mi viejo salía de viaje y su auto se perdía al doblar la esquina, mi vieja corría a la pieza y sacaba la maleta lista escondida bajo la cama. Nos vestía a las apuradas -mi hermana siempre tardaba mas, era una coqueta- y en un pestañear
Estábamos en el andén de la estación esperando el tren. Corrían los 60´, no era facil conseguir un pasaje sin anticipación, pero mi vieja ya la tenia sabida.
Casi siempre conseguíamos un solo asiento, que era, ampliamente suficiente. Felices y ansiosos subíamos al viejo tren marrón, ese que nos llevaría al norte, con nuestros primos, los caballos, y a esa especie de libertad que sentía de niño al pisar aquellas tierras altas y vírgenes o al mojar los pies en el arroyo frío.
Apenas subíamos, mi vieja agarraba una de las dos pesadas bolsas que llevaba consigo -además de la valija- y se instalaba en el baño del vagón durante quince o veinte minutos, luego salía, y hablaba para todos los presentes: “Wai! Aquellos que usen el baño, que lo acabo de dejar impecable”. Moviendo al ritmo del tren sus hermosas caderas se sentaba en nuestro asiento y nos informaba sobre la situación higiénica del vagón. Miraba concentrada el piso entre los asientos enfrentados y, bajo estupefactas miradas, se ponía a limpiarlo. Al terminar, estiraba un nailon, y arriba le amndaba una o dos frazadas… mi hermana y yo ya estábamos acostados en una hermosa cama de dos plazas, envidia de todos los demás pasajeros que viajaban en sus asientos no-cama. Así, tapados hasta el cuello, y entre sueños y zapatos recién lustrados, nos abandonábamos al mundo de los sueños dejando atrás la ciudad, el día, y las clases de piano y matemática.
Nos despertábamos bajo un cielo limpio, y con una taza de café con leche, masitas y el sol de la madrugada reflejado en el rostro de mi vieja que miraba por la ventana, cómo el cielo tocaba las extensiones de tierra donde había nacido(no sin dejar escapar una que otra lágrima, ésas de felicidad que brillan un segundo, como una gota de rocío atrapada en la tela de una araña, y luego se pierden en la sombra de la nariz reflejada en las mejillas).

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