Aquí y ahora

misterioso y equivoco mundo en el que andamos

martes, 22 de junio de 2010

Desesperada de amor

Desesperada de amor, apagó el cigarrillo en el plato lleno de carozos de aceituna. Se puso la bufanda azul, y cruzó la puerta sin llevarse la llave, dejo atrás el calor de la siesta en verano, en Guemes, en su casa. Y caminó en el calor del verano, en la calle, en Guemes.
Cruzó las esquinas sin contarlas, y dobló a la derecha en Alvear, a la izquierda en el boulevard, y se subió a un colectivo. Salió a buscar a su amor, a la calle, a algún lado. El colectivero tenía los ojos azules, una gitana le dijo un díaa: “el amor de tu vida, tendrá los ojos azules” No, no estaba tan desesperada, se bajo en Maipú. Siguió caminando y se detuvo en una fuente. ¿Para que mierda traje la bufanda? Me olvidé las llaves. Miró hacia arriba: el cielo que esperaba gris, le devolvió azul enero, y la vieja que venia atrás la puteo de arriba a abajo, a ella y a todos los pendejos que no miran por donde van, q desconsideración. La verdad, q desconsideración, por qué no mira por dónde camina? Por qué se trajo la bufanda y se olvidó las llaves? Que me importan las llaves. Dejó la bufanda en un palo borracho y se apoyó en la ventana de aquel bar, todos viejos, dos hombres solos comiendo flan, ninguno tiene ojos azules, un chico entraba corriendo, se tropezaba con la mesa de los ancianos comiendo pastas y ensuciaba todo con tomate y carne molida. Un espectáculo mudo, el vidrio separa la calle de la escena. Al chico lo sacan a patadas, y a media cuadra se sonríe mientras cuenta los billetes y deja caer la billetera. El tampoco tenía los ojos azules. Mientras la vieja se limpiaba la pollera, el viejo puteaba al camarero, ojos marrones. Siguió su camino, atenta a los roses, a las sonrisas, a las camisas. Mangas cortas, rayada y el pelo corto, los ojos: negros. Una pendeja estira la mano, el remisero estaciona lejos, la chica corre, el remisero arranca, la chica lo putea, los demás se ríen.
Sigue caminando, le da un poco de risa que la pendeja rubia puteara tan bien, como será su amor? Le gustara decir malas palabras? será remisero? Le da risa estar buscando el amor en la calle, pero no se le ocurre otra cosa. En el banco blanco en frente del banco, un pibe se le acerca y le regala una flor. Vos sos mi amor? Pregunta ella sonriendo dulcemente, hermosamente como ella sonríe. No mi vida…le dice él devolviendo la sonrisa, mi amor está en casa, cuidando a mis seis hijos y esperando que le lleve algo para morfar, la flor vale cinco mangos, te puede servir para cuando encuentres a tu príncipe de ojos azules (si, ya sé, él vendedor de flores también lo dijo), si no tenés plata, tengo q seguir caminando, a ver si vendo algo, gracias flaca, q dios te bendiga. No andés sola por acá de noche, que no todos andan vendiendo flores ni buscando amores.
Sola de noche… ya era de noche, y el cielo estaba estrellado, nadie le decía q el cielo estaba estrellado, nadie le decía nada de las estrellas, nadie le escribía poemas.
Hoy tampoco nadie le diría q era mas bonita q una flor, o mas dulce q la miel, o mas hermosa que anyelí yolí.
Otro día, una flor. El premio consuelo, que rosa mas bella, en la parada del 48 está lleno de gente amada, prefiere caminar dos cuadras, sentir la frescura de la noche en la piel y viajar sentada. Le tocó el mismo colectivero, diez horas sentado, manejando, como le va bonita, le dice, ella sonríe, otro premio consuelo. Se bajó en el boulevard, dobló a la derecha en Alvear, caminó sin contar las calles hasta su casa, hasta la puerta de hierro verde, de vidrios multicolores… Era bastante linda, igual que el jardín, igual que Guemes.
Subió los escalones, giró el picaportes con cuidado, no quería hacer ruido, inevitable no hacer ruido, caminó por el pasillo, hacia la luz azulada, no era el azul de la noche de afuera, era el azul del televisor de adentro. Sentado en el sillón su esposo presiona el botón que cambia los canales para arriba (el de abajo ya esta gastado). Se acerca y apoya la flor en la mesa, se sienta a su lado…lo mira enamorada y espera el saludo de siempre.
“Hola amor, a donde habías ido? te olvidaste las llaves”. Tiene los ojos azules, no disminuye el ritmo con el que aprieta el botón. Sin contestar aún, ella se recuesta, y apoya la cabeza en sus piernas y espera su mano en su pelo… “a ningún lado amor, fui al centro, a buscar algo lindo”.

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