A un lado de la cama
Juana veía avanzar la mañana, el sol se colaba por todos los huecos de la chapa
y las ventanas para acariciarle la cara llena de lágrimas.
Tirada en el suelo sentía la dureza de las baldosas que le alisaban la cola y la espalda mientras pensaba en su hermano. Lo extrañaba, y mas ahora que lo necesitaba más que nunca.
Quizás por eso había llorado toda la noche. En silencio había derramado infinitas lagrimas, tapándose la boca con una mano mientras con la otra apretaba un puñado de sabanas contra su pecho, tratando inútilmente de evitar los sollozos y el temblar de su cuerpo para no despertar al hombre que duerme a su lado, sobre la cama, ese que tanto ha amado y mas ama aún, a pesar de los insultos los golpes y el desprecio.
Tantas veces él la había golpeado, se había dormido y había roncado. Tantas veces ella se había dejado caer de la cama a las baldosas y llorado hasta dormirse. Confiando en que alguna vez todo cambiaría, todo volvería a ser como antes, como al principio. Tantas veces, que el llanto le había hecho una especie de callo en su interior y durante un tiempo la ayudó a no llorar, remplazando las lagrimas por un silencio total, un silencio encarnado en ella. Entonces, solo aguantaba, muda, que el sueño la venciera de una vez.
Así pasó un tiempo, años enteros, hasta esa noche, en la que el llanto resurgió de su pecho que tembló entrecortadamente después de tanto tiempo, esa noche todo era diferente. Esa noche, el test le había mostrado, después de la cena y minutos antes de la cama -los golpes y luego las baldosas- que ya no estaba sola, que en su interior crecía un nuevo ser, puro, divino, ajeno a todo. En su vientre crecía su hijo, la razón para volver a empezar.
Ya no se trataba de ella o de él; ahora iba mas allá, por el amor a su bebe estaba dispuesta a todo, incluso de abandonar al hombre que amaba.
“Basta Juana”, se dijo para sus adentros- “esta vez tenés que ser fuerte”. Como si hubiera dicho las palabras mágicas, dejó de temblar y de tragarse los mocos, abra cadabra, las lagrimas dejaron de fluir. Con el puñado de sabanas q aun tenía en sus manos , se secó la cara, respiro profundo y se levantó en un solo movimiento, paralizada por el miedo, estuvo inmóvil unos segundos, mirando a su amado dormir.
Con las lágrimas ahora cayéndole por el cuello y los senos esperó, no supo qué, pero por un instante, con el miedo pasándole por la espalda y la adrenalina corriendo por sus venas, esperó. Él parecía observarla desde el sueño profundo y ella apenas si respiraba escuchando el ruido que hacía el viento al golpear las ventanas, y que temía… lo despertara.
Mientras recorría con la mirada la habitación, una energía, ajena a ella se apoderó de su cuerpo, la abandonaron el miedo, la angustia, la pena. Su hijo era en lo único que pensaba, y como impulsada por esa extraña fuerza, que parecía haber entrado por la ventana, comenzó a vestirse. Sin titubear fue hasta la cómoda, abrió el segundo cajón, sacó un par de billetes y algunas ropas, se miro en el espejo, dio media vuelta sobre sus talones y se dirigió hacia la cama, lo besó suavemente.
Salió silenciosa y veloz por la puerta de madera.
Camino dos cuadras, intentando no correr, y tocó a la puerta agitadamente, sus ojos volvieron a colmarse, llenos de destellos acuosos que no venían esta vez del dolor, ni la tristeza, sino de una ansiedad como nunca antes había sentido, algo muy parecido a la alegría, al descanso, al alivio. Su corazón parecía correr cada vez mas rápido, la vida corría nuevamente por sus venas, se sentía impaciente, eufórica. Iba a tocar de nuevo a la puerta que se abrió esquivando los nudillos rojos por el frio, para dejar ver el rostro aún dormido de Leticia, amiga de toda la vida, hermana, compañera. Que atónita, veía en Juana toda la vida que alguna vez había apreciado tanto en ella, la veía como hace años que no la veía, como cuando de niñas, ambas corrían lejos y agitadas compartían uno a uno los secretos, como ahora, que solo bastó verse a los ojos para que ambas entendieran todo. Leticia dejó escapar, junto al abrazo, un suspiro, como una especie de agradecimiento.
Casi corriendo entraron a la casa, en un instante, un pestañar, ambas estaban sentadas a la mesa, sobre la cual reposaba un bolso improvisado, un vaso de agua a la mitad, y la mano de Leticia boca abajo aplastando un sobre de papel madera. “agarrálo y no digas nada, no es mucho, pero te va a servir mucho más que a mí". Fueron las primeras palabras de aquella mañana, Juana estalló en el llanto y Leticia corrió a su lado, la abrazo y le beso la frente quitando de ella, con una caricia, los pelos sudados y aplastados.
“todo va a salir bien, todo va a salir bien”, le repetía al oído como para asegurarse de que la escuchara, Juana levantó los ojos turbios y ciegos por el agua salada. “estoy embarazada”.
Leticia tubo que aferrarse fuerte al cuerpo tibio de su amiga para no caer, respiro hondo y sin soltarle las mejillas, se sentó en la silla más próxima, quedaron casi tocándose con la nariz, por unos instantes, lloraron, rieron, gritaron y se abrazaron.
Leticia miro por la ventana, “ahí está el taxi, tenés que irte ya” le dijo volviéndose hacia ella mientras escuchaba los bocinazos que llegaban atreves del pasillo q daba a la calle.
“andáte derecho a la terminal, llamalo y tomate el primer micro q salga para allá Juana”
Juana se puso la mochila en la espalda y la miró por última vez, quiso decir algo, gracias, tantas cosas, pero no podía, Leticia le agarró el hombro, y le hizo dar media vuelta. “andate Juana, andate...y por nada, escuchame bien: por nada en el mundo vuelvas a mirar para atrás. Haceme caso una vez aunque sea". Ambas rieron, pero Juana ya estaba a mitad del pasillo, abrió la puerta y desapareció al cerrarla.
“a la terminal por favor. Por el camino mas rápido, estoy llegando tarde”.
El chofer miró por el espejo y le sonrió cordialmente.
Juana abrió el celular y apenas pudo marcar el numero que tenia anotado precariamente en un papel, del otro lado del teléfono, la voz de miguel se quebraba en mil pedazos al escuchar que su hermana se venía a Montevideo, que estaba subida en un micro directo, y que llegaba a las seis de la mañana.
La llovizna apenas empieza a caer, vuelve las hojas más verdes, el asfalto más azul, Juana pone las manos sobre su panza y cierra fuerte los ojos. Primera, segunda, el colectivo toma velocidad y se pierde en la neblina.
Tirada en el suelo sentía la dureza de las baldosas que le alisaban la cola y la espalda mientras pensaba en su hermano. Lo extrañaba, y mas ahora que lo necesitaba más que nunca.
Quizás por eso había llorado toda la noche. En silencio había derramado infinitas lagrimas, tapándose la boca con una mano mientras con la otra apretaba un puñado de sabanas contra su pecho, tratando inútilmente de evitar los sollozos y el temblar de su cuerpo para no despertar al hombre que duerme a su lado, sobre la cama, ese que tanto ha amado y mas ama aún, a pesar de los insultos los golpes y el desprecio.
Tantas veces él la había golpeado, se había dormido y había roncado. Tantas veces ella se había dejado caer de la cama a las baldosas y llorado hasta dormirse. Confiando en que alguna vez todo cambiaría, todo volvería a ser como antes, como al principio. Tantas veces, que el llanto le había hecho una especie de callo en su interior y durante un tiempo la ayudó a no llorar, remplazando las lagrimas por un silencio total, un silencio encarnado en ella. Entonces, solo aguantaba, muda, que el sueño la venciera de una vez.
Así pasó un tiempo, años enteros, hasta esa noche, en la que el llanto resurgió de su pecho que tembló entrecortadamente después de tanto tiempo, esa noche todo era diferente. Esa noche, el test le había mostrado, después de la cena y minutos antes de la cama -los golpes y luego las baldosas- que ya no estaba sola, que en su interior crecía un nuevo ser, puro, divino, ajeno a todo. En su vientre crecía su hijo, la razón para volver a empezar.
Ya no se trataba de ella o de él; ahora iba mas allá, por el amor a su bebe estaba dispuesta a todo, incluso de abandonar al hombre que amaba.
“Basta Juana”, se dijo para sus adentros- “esta vez tenés que ser fuerte”. Como si hubiera dicho las palabras mágicas, dejó de temblar y de tragarse los mocos, abra cadabra, las lagrimas dejaron de fluir. Con el puñado de sabanas q aun tenía en sus manos , se secó la cara, respiro profundo y se levantó en un solo movimiento, paralizada por el miedo, estuvo inmóvil unos segundos, mirando a su amado dormir.
Con las lágrimas ahora cayéndole por el cuello y los senos esperó, no supo qué, pero por un instante, con el miedo pasándole por la espalda y la adrenalina corriendo por sus venas, esperó. Él parecía observarla desde el sueño profundo y ella apenas si respiraba escuchando el ruido que hacía el viento al golpear las ventanas, y que temía… lo despertara.
Mientras recorría con la mirada la habitación, una energía, ajena a ella se apoderó de su cuerpo, la abandonaron el miedo, la angustia, la pena. Su hijo era en lo único que pensaba, y como impulsada por esa extraña fuerza, que parecía haber entrado por la ventana, comenzó a vestirse. Sin titubear fue hasta la cómoda, abrió el segundo cajón, sacó un par de billetes y algunas ropas, se miro en el espejo, dio media vuelta sobre sus talones y se dirigió hacia la cama, lo besó suavemente.
Salió silenciosa y veloz por la puerta de madera.
Camino dos cuadras, intentando no correr, y tocó a la puerta agitadamente, sus ojos volvieron a colmarse, llenos de destellos acuosos que no venían esta vez del dolor, ni la tristeza, sino de una ansiedad como nunca antes había sentido, algo muy parecido a la alegría, al descanso, al alivio. Su corazón parecía correr cada vez mas rápido, la vida corría nuevamente por sus venas, se sentía impaciente, eufórica. Iba a tocar de nuevo a la puerta que se abrió esquivando los nudillos rojos por el frio, para dejar ver el rostro aún dormido de Leticia, amiga de toda la vida, hermana, compañera. Que atónita, veía en Juana toda la vida que alguna vez había apreciado tanto en ella, la veía como hace años que no la veía, como cuando de niñas, ambas corrían lejos y agitadas compartían uno a uno los secretos, como ahora, que solo bastó verse a los ojos para que ambas entendieran todo. Leticia dejó escapar, junto al abrazo, un suspiro, como una especie de agradecimiento.
Casi corriendo entraron a la casa, en un instante, un pestañar, ambas estaban sentadas a la mesa, sobre la cual reposaba un bolso improvisado, un vaso de agua a la mitad, y la mano de Leticia boca abajo aplastando un sobre de papel madera. “agarrálo y no digas nada, no es mucho, pero te va a servir mucho más que a mí". Fueron las primeras palabras de aquella mañana, Juana estalló en el llanto y Leticia corrió a su lado, la abrazo y le beso la frente quitando de ella, con una caricia, los pelos sudados y aplastados.
“todo va a salir bien, todo va a salir bien”, le repetía al oído como para asegurarse de que la escuchara, Juana levantó los ojos turbios y ciegos por el agua salada. “estoy embarazada”.
Leticia tubo que aferrarse fuerte al cuerpo tibio de su amiga para no caer, respiro hondo y sin soltarle las mejillas, se sentó en la silla más próxima, quedaron casi tocándose con la nariz, por unos instantes, lloraron, rieron, gritaron y se abrazaron.
Leticia miro por la ventana, “ahí está el taxi, tenés que irte ya” le dijo volviéndose hacia ella mientras escuchaba los bocinazos que llegaban atreves del pasillo q daba a la calle.
“andáte derecho a la terminal, llamalo y tomate el primer micro q salga para allá Juana”
Juana se puso la mochila en la espalda y la miró por última vez, quiso decir algo, gracias, tantas cosas, pero no podía, Leticia le agarró el hombro, y le hizo dar media vuelta. “andate Juana, andate...y por nada, escuchame bien: por nada en el mundo vuelvas a mirar para atrás. Haceme caso una vez aunque sea". Ambas rieron, pero Juana ya estaba a mitad del pasillo, abrió la puerta y desapareció al cerrarla.
“a la terminal por favor. Por el camino mas rápido, estoy llegando tarde”.
El chofer miró por el espejo y le sonrió cordialmente.
Juana abrió el celular y apenas pudo marcar el numero que tenia anotado precariamente en un papel, del otro lado del teléfono, la voz de miguel se quebraba en mil pedazos al escuchar que su hermana se venía a Montevideo, que estaba subida en un micro directo, y que llegaba a las seis de la mañana.
La llovizna apenas empieza a caer, vuelve las hojas más verdes, el asfalto más azul, Juana pone las manos sobre su panza y cierra fuerte los ojos. Primera, segunda, el colectivo toma velocidad y se pierde en la neblina.